El partido Chile – Perú ha sido una excelente oportunidad de ver en acción el efecto que algunos medios de comunicación provocan en la gente. Esos que quieren conflicto, que necesitan del conflicto, viven de eso; son los mercaderes del caos. Es algo que un estudiante de periodismo, que entra a la universidad con toda una ilusión de cambiar las cosas, encuentra apenas llega a trabajar a un medio de esos. A los pocos días se da cuenta de que todo lo que aprendió debe echarlo la basura, pues ahora está viviendo “la realidad”, esa realidad que ellos crean y que afecta a todos los que no conocen el juego. Entonces el efecto se produce y ellos venden.
Recalco y enfatizo que no me refiero a todos, pues existe el periodismo serio, que respeto y valoro, pero están esos medios sensacionalistas que conocen los secretos de la manipulación de la información y la usan para mal de todos.
¿De dónde salió que chilenos y peruanos debemos ofendernos y faltarnos el respeto? ¿Quién dijo que los partidos de fútbol son “batallas”, “guerras” o lo que quiera que signifique odio? Este clima de confrontación se exacerba cuando hay algún tema que resolver, como los diferendos limítrofes o cuando hay competiciones deportivas de alta convocatoria, especialmente el fútbol, que mueve masas. Ah, esas deliciosas masas que a los medios atrae tanto. Porque esto no ocurre cuando se juegan deportes de menor convocatoria. ¿Por qué? Pues porque ahí no llegan ellos, los mercaderes del caos.
Con Perú tuvimos una guerra, sí. ¡Pero eso fue hace 136 años! Nosotros no peleamos esa guerra. No la decidimos, no la quisimos, no estuvimos ahí. Y ahora tenemos que cargar con esa herencia estúpida de la confrontación y el desprecio mutuo de algunos, por culpa de esos miserables que abundan en los pasquines sensacionalistas. Esos que no tuvieron cabida en los medios serios, porque no les dio la cabeza no más. Porque no les dio la moral.
Lo mismo pasa con Bolivia. Nuestros pueblos, y recalco, nuestros PUEBLOS, la gente, el ciudadano común, no quieren ningún tipo de confrontación. Solo les interesa levantarse cada día felices a trabajar, que sus niños vayan a la escuela, que crezcan sanos y felices, y que nadie les quite la alegría de vivir. Pero se las quitan. Poco a poco van perdiendo la alegría y ganando resentimiento, frustración y rabia. Como chileno puedo dar testimonio de que he recibido auténtico cariño y hospitalidad cada vez que he ido a cantar a Perú y a Bolivia. Siempre. Sin excepciones. Y mucho. ¿Pero por qué, si soy chileno? Porque el ser humano es esencialmente bueno y tiene un impulso natural a entregar amor. Así es que cualquier expresión distinta de esa es algo que va en contra de su naturaleza y es creada por un tercero que intervino ahí para crear un conflicto. Siempre que hay conflicto, es porque hubo un “tercero” que quiso que ese conflicto existiera. Y lo crea. Y lo logra. Como la otra noche en el partido en el estadio nacional de Lima. Las pifias durante el himno, los escupitajos, las botellas y todo aquello con lo que se expresó rabia contra Chile son el resultado del “tercero” actuando en la sombra. Ese que se beneficia con el caos. Y ojo, que detrás de los medios hay otros poderes, por supuesto. Los medios son solo una más de las armas con que los poderosos controlan a la gente. Y vaya que lo logran.
La pregunta es ¿Se puede hacer algo al respecto? Por supuesto que se puede. Lo primero es abrir los ojos y no dejarse encantar por esos hechiceros de pacotilla, que venden caos como quien vende pan. Y luego ejercer el legítimo derecho a ignorarlos. Así como el derecho a expresión, a comunicación, es un derecho humano, también existe el derecho a no recibir comunicación, y ese debemos ejercerlo con esos medios sensacionalistas.
¿Por qué podría ser bueno alimentar el odio entre nuestros pueblos? ¿A quién le conviene? Hay que hacerse esa pregunta y darse cuenta de la realidad, la verdadera realidad.
Yo llamo a mi país a que cuando vaya la selección de Perú a jugar a Chile, les respondamos con más amistad, con más hospitalidad. Que la tarjeta verde sea más verde y que no caigamos en la tentación de responder con la misma moneda. Al fin y al cabo, alguien tiene que romper este círculo vicioso que no construye nada.